12 abril 2013

Recuerdos de Nepal


El otro día me acerqué a una librería de montaña, iba en busca de una guía de escalada recién editada, ya puesto me dediqué a curiosear por las estanterías, en una de ellas andaba la guía de Panticosa de Juan Luis Salcedo, al que había conocido hace poco, algo más tarde le pedí a la dependienta algún libro, que no fueran guías, de Juan Luis; tras un rato de hurgar por las estanterías me trajo "La montaña como pretexto", al hojearlo apareció la foto de un sherpa con su familia. ¡Andaaa, pero si es Chowang! Me dije. Multitud de recuerdos me vinieron a la cabeza en fracción de segundos.
Chowang Rinjee Sherpa

* * *

En la primavera de 1.991 mi amigo Tapi me ofreció acompañarle a un viaje a Nepal en el periodo post-monzónico, la idea era hacer algo más que un Trekking, pues según me contó la ruta se salía de lo normal, esta ruta tenía varios cinco miles y un pico con dos cumbres de más de seis mil metros.
Desde el primer momento, y a pesar de que mi experiencia en altura era escasa, ya que solo había estado una vez sobre 4.000 m, sabía la respuesta que le iba a dar, me estaban planteando el primer viaje serio de mi vida, y la negativa no iba a ser la respuesta, y menos si el viaje era al corazón del Himalaya. Aunque allí tuve experiencias únicas e irrepetibles, hubo una que me dejó profunda huella, esta fue la de conocer a Chowang Rinjee, mi primer Shirdar.
La primera impresión al conocer a Chowang fue que era una persona triste, tenía la mirada algo perdida y le costaba esbozar una sonrisa más que al resto de los sherpas y porteadores que nos acompañaban, posteriormente me enteré del motivo de su tristeza, no hacía mucho su expedición había tenido un accidente con trágicas consecuencias de la que él había escapado de milagro. Según iba discurriendo nuestra expedición se le iba aliviando el semblante, no terminó de relajarse, al menos conmigo, hasta que uno de nuestros porteadores le contó lo sucedido bajando del Cho-La.
Lo que ocurrió en aquel collado no fue cosa del otro mundo, según subíamos me alejé a una colina cercana en buscar de “la foto perfecta”, cuando me reincorporé de nuevo a nuestra pequeña caravana lo hice en última posición, iba incluso detrás de los porteadores que nos subían las cargas. En lo alto del collado vi a tres porteadores rezagados dudar, me tocó ayudarles a bajar por una pequeña pendiente de hielo. Cualquiera podría haberles echado una mano, pero lo hice yo pues iba con ellos cerrando el grupo. Tallé un poco más profundos los pequeños escalones que habían hecho en el hielo los que nos precedían, y subí y baje tantas veces aquella pequeña pendiente como porteadores ayudé a bajar.
 Porteador bajando del Cho-La, 5420m, una vez pasada la placa de hielo

A partir de aquel insignificante hecho me tuvo siempre en consideración.
En los siguientes días nuestras conversaciones, en un inglés bastante chapucero, al menos por mi parte, iban aumentando.
Días más tarde llegamos al campo base del Lobuche, nuestro seis mil, yo llegué con fuertes dolores de cabeza, esa noche mi estómago solo admitió un poco de caldo y unas migas del pastel del cocinero, no pegué ojo en toda la noche, tenía incluso pesadillas. Una de ellas aun la recuerdo, me había quedado en el collado que separa las dos cumbres del Loguche y mi cansancio no me dejaba ir ni para adelante ni para atras, pues por todos lados había cuestas. Al día siguiente cuando le dije a Chowang que no subía note la decepción en su rostro, me animó a intentar subir, pero aceptó mi decisión de buen grado al yo hacerle un extraño gesto con las manos, que indicaba que en mi cabeza rondaba el mal de altura, lo dejé con los preparativos de los que subían.
Los dos días siguientes, mientras Chowang y mis compañeros intentaban el pico, me los pase de paseo por Chhukung y sus alrededores, Chhukung es un pueblecito que está algo más bajo, allí me recuperé del mal de altura pero no del agotamiento, de ánimos andaba también regular, pues veía como se me había escapado un sueño entre mis dedos.
Aunque mis compañeros tuvieron que abandonar el pico, por circunstancias que no vienen al caso, yo seguía mal de ánimo pues por lo menos ellos lo habían intentado. Tras el reencuentro bajamos por el valle de Khumbu hacía Lukla, aunque había subido dos cinco miles, los seis mil metros del pico estrella de la expedición, el Loguche Peak, me habían echado para atrás, el cansancio acumulado y el mal de altura había hecho bien su trabajo, y tan bien, pues de mi cabeza huían los sueños de mi niñez, y yo no hacía nada por retenerlos, los sueños de conquistar altas cumbres se desvanecían hacia el cielo, como el humo de los campamentos cercanos de Tyamboche, templo al que nos dirigíamos. Notaba como mi carácter se había agriado levemente, pues la comunicación con mis compañeros se había restringido a poco más que monosílabos desganados. Ahora el que debía dar sensación de tristeza debía ser yo, pues hasta Chowang recortaba los diálogos conmigo al ver mi estado de ánimo.
Cuando llegamos a Namche Bazar, Chowang nos invitó a tomar el té en su casa, de aquello recuerdo a su simpática mujer y algún que otro chaval de corta edad correteando por la casa de suelos de madera oscura, mientras su mujer nos servía té “normal”, él se tomaba uno amarillento, debía de ser té tibetano, hecho con mantequilla de yak, también recuerdo de aquella casa su pequeño altar budista, donde sobresalían uno cuencos dorados llenos de agua hasta el borde.
Al día siguiente llegamos a un Lukla embutido en un mar de nubes, los vuelos a Katmandú eran escasos pues pocos pilotos se atrevían a volar en aquellas condiciones, pasamos una tarde viendo como otras expediciones, que parecían surgir de la nada, se colaban delante de nuestras narices en los escasos vuelos que partían, teníamos la impresión de que aquí solo viajaba el que sobornaba, pues veíamos circular las propinas con alegría casi a pie de las escalerillas de las avionetas, nuestro guía español prefirió dejarnos un día más en Lukla antes de atender a los supuestos sobornos, no es ético nos decía. Por supuesto que su ética no contemplaba devolvernos la diferencia de precio, entre un día en tiendas de campaña en Lukla, y otro en un hotel de cuatro o cinco estrellas en Kathmandú.
En aquel día de relleno, que apareció de improvisto en nuestras agendas, se organizó una excursión con más pinta de matar el tiempo que de realizar algo concreto, nuestro improvisado plan consistía en atravesar un bosque de rododendros, en el que había algún que otro puente en precario que consiguió que varios de nuestros compañeros se dieran la vuelta, y subir a un pico cercano de más de 4.000 m sin ninguna gracia. Aunque el mal de altura había remitido hacía tiempo, me sentía desganado, me apunté por estirar las piernas y para que me diera un poco el aire, pensaba que al ser la ruta de ida y vuelta me volvería antes de romper a sudar.
Aún recuerdo a nuestro shirdar, regateando con su ayudante, un joven Rai, el precio por acompañarnos a tamaña aventura, la conversación no paró hasta que Chowang puso en sus manos un par de billetes más.
Empecé la marcha despacio, apático y bajo de moral, extrañamente las fuerzas empezaron a volver a mis piernas, de mi mente se fue yendo toda la energía negativa acumulada en los últimos días por el cansancio y la falta de oxígeno. La velocidad de mis piernas fue creciendo, de ir el último renegando en cualquier leve repecho, me vi el primero marcando el ritmo en plena cuesta junto con mi amigo Tapi, nuestro velocidad creció hasta el punto de que el joven Rai nos tuvo que mandar parar en varias ocasiones, le hacíamos caso pues entre otras cosas desconocíamos el camino a seguir. Pero una vez vista la cumbre, y la ruta que daba a ella, desatendimos las voces de nuestro joven guía, Tapi y yo nos íbamos jaleando de tal manera que llegamos corriendo a lo alto de aquella “pequeña colina”, sin que nadie nos pudiera dar alcance. Llegué tan pletórico a la cima que no oí, o no quise oír, la leve bronca que el joven Rai nos debió echar en la cumbre. De vuelta a Lukla, sumido aún en un bendito mar de nubes, vimos como nuestro joven guía contaba a Chowang los pormenores de la excursión, en los que se debía encontrar nuestro desacato. Chowang no nos reprochó nada, en su cara solo había una amplia y noble sonrisa, tras la sonrisa salieron unas amables frases invitándonos a cenar. Aquella fue una noche mágica, de las mejores en mi vida montañera, nos dieron de comer todo tipo de sencillos y típicos manjares del lugar, me daba igual si picaban o no, pues el chang y la cerveza estaban para mitigar aquel picor, aquella cena terminó por borrar de mi cabeza el desánimo, tras los postres, Chowang y el resto de los sherpas, cantaron canciones en nuestro honor, nosotros respondimos modestamente con las nuestras, por suerte llevábamos un “cantautor” en nuestro grupo, la alegría se veía en todas nuestras caras, los sueños de mi niñez volvieron a mí a través de aquellos cánticos.
No pude remediarlo, el año siguiente, gracias a una de mis “fotos perfectas” que costeó en gran parte el viaje, volví a Nepal, Chowang y el resto de los sherpas me había embrujado.
Con unas sensibles e inteligibles canciones, cantadas bajo la escasa luz de unas lámparas de aceite, habían conseguido que volviera a sentir el amor por la montaña, desde entonces ese amor lo llevo muy dentro, ya no discuto con él, ni él hace amagos de irse, pues volvió para quedarse.
Gracias por todo Chowang.
 Junto a Chowang

Nota: Actualmente Chowang vive en Katmandú, y según me cuentan, hace dos meses ha tenido su primera nieta, se llama Dolma.

P.D. Las fotos no son muy buenas, no son “perfectas”, pero bien valen para un recuerdo. Por cierto, vienen de diapos, aparte de que me las han sacado desenfocadas están todas al revés (lo de la derecha está a la izquierda), ?!.

8 comentarios:

Vladimir Bustóf de la Sousa dijo...

Qué hay Antonio!

Muy bonito y emotivo.
Ahora tengo más ganas aun de terminar el antiguo proyecto ;)

Salu2

Antonio dijo...

¡Qué tal Vlady!
No dejes ese antiguo proyecto, harás el viaje de tu vida.

Saludos

Yago dijo...

Bonita historia Antonio.
Desde luego son recuerdos que marcan.

Como digo yo,"Tambien hay que ser valiente y sabio para renunciar a la cumbre"

Namastè

Antonio dijo...

Que tal Yago!
Fue una de las mejores experiencias de mi vida, hubo más y seguro que seguirán viniendo, pues al renunciar a una de ellas vienen otras detrás.
Espero pasar alguna de ellas contigo.
Mucha suerte en tu próximo viaje, da recuerdos :)

Namasté

:Bricd´ dijo...

Qué buena historia.
Mola.
Me alegro por esa inquietud recuperada y todo cuanto se ha podido vivir a través de un relato tan estupendo, fantástico.
No se gana más por no haber alcanzado la cumbre por su altura, se gana por la prudencia de saber hasta que punto conservar la vida. Siempre hay tiempo para regresar y reintentarlo. Qué las condiciones de salud sean para entonces mejores.
Salud, Libertad y Montaña.

Antonio dijo...

Que tal Bricd!
Es lo que tiene tirar más de corazón que de cabeza, pasas algún que otro rato "regular". Quizás tendría que haber esperado algún año más para ir al Himalaya pero no pude.
Por supuesto no me arrepiento de aquello, todo lo contrario.
Me alegro que te guste el relato!

Saludos

Sr. Lobo dijo...

Antonio, ha sido leerte y ya estoy fantaseando con volver a Nepal, saludar a nuestro sherpa Nawang y plantear otra aventura por allí. Por cierto, Nawang sigue agradeciendo el aporte económico que le hicimos Yago, tú y yo mismo ...

Un abrazo y ¡Gracias por meterme el veneno en el cuerpo de nuevo!

Ramón.

Antonio dijo...

¡Que tal Ramón!
Los que hemos ido por allí sabemos que tenemos que volver, aquel país, aquellas montañas y sobretodo aquella gente, embrujan.
Gracias por el comentario.

Un abrazo