19 abril 2013

Vía Pequeño Yago, El Mondalindo


Por fin podemos inaugurar “Pequeño Yago”, durante muchos fines de semanas hemos intentado llevar a Yago medio engañado al Mondalindo, queríamos darle la sorpresa el mismo día que hiciéramos la vía, pero pese a que la estrategia era bien factible, pues Yago es fácil de engañar en cuanto se le habla de escalar, nos ha costado lo nuestro debido a lo duro de este invierno, al final, cuando ya estábamos hartos de tantos aplazamientos debido principalmente al mal tiempo, Miguel se lo dijo a Yago directamente a través de un correo, fue decírselo y empezar el buen tiempo, magia.

* * *

Sábado 13 de abril, tras el café de turno subimos la pequeña cuesta que da acceso a las vías del sector derecho del Mondalindo, durante la subida Miguel nos pone en antecedentes de los pormenores de la vía, y de las duras condiciones en las que ha tenido que equipar este invierno, sin ir más lejos cuando llegamos al pie de vía nos comentó que la semana pasada había tres dedos de hielo por aquí.
Comentar también que Miguel ha abierto por aquí bastantes vías, algunas de ellas llevan los nombres de sus amigos, es un pequeño homenaje que nos dedica y del que nos sentimos orgullosos.
Tras un poco de charla, y de ponerle nombres a las cuerdas, pues las dos son azules, formamos dos cordadas, en la primera vamos Miguel, Yago y yo, en doble, con nuestras rebautizadas cuerdas, les llamaremos la vieja y la nueva, y tras nosotros vendrán Vlady y Andrés.
 Foto VladyPrimera cordada
Segunda cordada
La vía está semiequipada, así donde hay placa hay parabots y donde se puede asegurar con seguros flotantes está limpia.
Foto Vlady: Yago entrando a la vía
Nuestro primer largo se lo da Yago, es de V y está bien protegido.
Foto Vlady: Menda en el L 2
Saliendo a terreno fácil
El segundo largo me lo aprieto yo, es de 6a obligado, tiene un par de pasos raros en los que hay que tirar de adherencia, se puede meter un par de buenos friends en sendas fisuras para quitar un par de alejes. En la parte de arriba de este largo hay que andar con ojo para no pasarte a la vía difícil, otra de las vías de por aquí, pues hay un atrayente chapa, casi al final del largo, que te tira para la derecha. Buen largo que subí algo mosca, pues hay que tirar algún paso de adherencia y por aquí no es tan buena como en la Pedriza.
 Foto Vlady: Yago L2
Yago L2
Monto reu, vienen mis amigos, y Miguel parte a su largo, es de 6a+, por suerte por abajo andamos Yago y yo para ver “el truco” de este largo.

 Miguel L3
 Yago L3
Repeles y como es pronto nos metemos en otra vía, la Yeti, 6a.
Como el primer largo de la Yeti es fácil, de III, y se puede hacer incluso andando, dejamos de rapelar justo cuando llegamos a la primera reunión, nos ahorramos así este primer largo.
Segundo largo de la Yeti (Primero nuestro)
Desde aquí empezamos con el segundo largo, que me toca, este largo tiene un buen aleje entre las dos primeras chapas que resuelvo, según consejo de Miguel, metiendo el friend del 1 un tanto escorado a la izquierda.
 Yago, segundo largo de la Yeti
Tras de mi van Yago y Miguel que empalma los dos siguientes largos con facilidad.
 Vlady en el tercer largo de Pequeño Yago. Abajo yo asegurando desde la Yeti
 Miguel empalmando los dos últimos largos
 Foto Vlady: Vlady tercer largo de Pequeño Yago
Rapeles y pie de vía, aquí nos encontramos con Vlady y Andrés, dicen que les apetece meterse en otra vía, lo hacen en la Marco Polo, 6a+, nosotros mientras, bajamos y empezamos con la celebración del evento. :)
 Foto Vlady: Andrés en Marco Polo
Nota: Para hacer estas vías, aparte del equipo personal, nosotros llevamos un juego de friends y dos cuerdas de 60m.

Cómo Llegar: Puedes verlo en este enlace de este mismo blog.
Croquis: Ayudado por Miguel he podido hacer este de nuestra actividad

Vlady, nos cuenta su versión en su blog, donde ha colgado un magnífico croquis de la vía Pequeño Yago.

Actividad realizada:
903. Pequeño Yago, L1 V, L2 6a, L3 6a+. (semiequipada)
904. Yeti, L1 III, L2 V+, L3 6a, L4 V. (semiequipada)

12 abril 2013

Recuerdos de Nepal


El otro día me acerqué a una librería de montaña, iba en busca de una guía de escalada recién editada, ya puesto me dediqué a curiosear por las estanterías, en una de ellas andaba la guía de Panticosa de Juan Luis Salcedo, al que había conocido hace poco, algo más tarde le pedí a la dependienta algún libro, que no fueran guías, de Juan Luis; tras un rato de hurgar por las estanterías me trajo "La montaña como pretexto", al hojearlo apareció la foto de un sherpa con su familia. ¡Andaaa, pero si es Chowang! Me dije. Multitud de recuerdos me vinieron a la cabeza en fracción de segundos.
Chowang Rinjee Sherpa

* * *

En la primavera de 1.991 mi amigo Tapi me ofreció acompañarle a un viaje a Nepal en el periodo post-monzónico, la idea era hacer algo más que un Trekking, pues según me contó la ruta se salía de lo normal, esta ruta tenía varios cinco miles y un pico con dos cumbres de más de seis mil metros.
Desde el primer momento, y a pesar de que mi experiencia en altura era escasa, ya que solo había estado una vez sobre 4.000 m, sabía la respuesta que le iba a dar, me estaban planteando el primer viaje serio de mi vida, y la negativa no iba a ser la respuesta, y menos si el viaje era al corazón del Himalaya. Aunque allí tuve experiencias únicas e irrepetibles, hubo una que me dejó profunda huella, esta fue la de conocer a Chowang Rinjee, mi primer Shirdar.
La primera impresión al conocer a Chowang fue que era una persona triste, tenía la mirada algo perdida y le costaba esbozar una sonrisa más que al resto de los sherpas y porteadores que nos acompañaban, posteriormente me enteré del motivo de su tristeza, no hacía mucho su expedición había tenido un accidente con trágicas consecuencias de la que él había escapado de milagro. Según iba discurriendo nuestra expedición se le iba aliviando el semblante, no terminó de relajarse, al menos conmigo, hasta que uno de nuestros porteadores le contó lo sucedido bajando del Cho-La.
Lo que ocurrió en aquel collado no fue cosa del otro mundo, según subíamos me alejé a una colina cercana en buscar de “la foto perfecta”, cuando me reincorporé de nuevo a nuestra pequeña caravana lo hice en última posición, iba incluso detrás de los porteadores que nos subían las cargas. En lo alto del collado vi a tres porteadores rezagados dudar, me tocó ayudarles a bajar por una pequeña pendiente de hielo. Cualquiera podría haberles echado una mano, pero lo hice yo pues iba con ellos cerrando el grupo. Tallé un poco más profundos los pequeños escalones que habían hecho en el hielo los que nos precedían, y subí y baje tantas veces aquella pequeña pendiente como porteadores ayudé a bajar.
 Porteador bajando del Cho-La, 5420m, una vez pasada la placa de hielo

A partir de aquel insignificante hecho me tuvo siempre en consideración.
En los siguientes días nuestras conversaciones, en un inglés bastante chapucero, al menos por mi parte, iban aumentando.
Días más tarde llegamos al campo base del Lobuche, nuestro seis mil, yo llegué con fuertes dolores de cabeza, esa noche mi estómago solo admitió un poco de caldo y unas migas del pastel del cocinero, no pegué ojo en toda la noche, tenía incluso pesadillas. Una de ellas aun la recuerdo, me había quedado en el collado que separa las dos cumbres del Loguche y mi cansancio no me dejaba ir ni para adelante ni para atras, pues por todos lados había cuestas. Al día siguiente cuando le dije a Chowang que no subía note la decepción en su rostro, me animó a intentar subir, pero aceptó mi decisión de buen grado al yo hacerle un extraño gesto con las manos, que indicaba que en mi cabeza rondaba el mal de altura, lo dejé con los preparativos de los que subían.
Los dos días siguientes, mientras Chowang y mis compañeros intentaban el pico, me los pase de paseo por Chhukung y sus alrededores, Chhukung es un pueblecito que está algo más bajo, allí me recuperé del mal de altura pero no del agotamiento, de ánimos andaba también regular, pues veía como se me había escapado un sueño entre mis dedos.
Aunque mis compañeros tuvieron que abandonar el pico, por circunstancias que no vienen al caso, yo seguía mal de ánimo pues por lo menos ellos lo habían intentado. Tras el reencuentro bajamos por el valle de Khumbu hacía Lukla, aunque había subido dos cinco miles, los seis mil metros del pico estrella de la expedición, el Loguche Peak, me habían echado para atrás, el cansancio acumulado y el mal de altura había hecho bien su trabajo, y tan bien, pues de mi cabeza huían los sueños de mi niñez, y yo no hacía nada por retenerlos, los sueños de conquistar altas cumbres se desvanecían hacia el cielo, como el humo de los campamentos cercanos de Tyamboche, templo al que nos dirigíamos. Notaba como mi carácter se había agriado levemente, pues la comunicación con mis compañeros se había restringido a poco más que monosílabos desganados. Ahora el que debía dar sensación de tristeza debía ser yo, pues hasta Chowang recortaba los diálogos conmigo al ver mi estado de ánimo.
Cuando llegamos a Namche Bazar, Chowang nos invitó a tomar el té en su casa, de aquello recuerdo a su simpática mujer y algún que otro chaval de corta edad correteando por la casa de suelos de madera oscura, mientras su mujer nos servía té “normal”, él se tomaba uno amarillento, debía de ser té tibetano, hecho con mantequilla de yak, también recuerdo de aquella casa su pequeño altar budista, donde sobresalían uno cuencos dorados llenos de agua hasta el borde.
Al día siguiente llegamos a un Lukla embutido en un mar de nubes, los vuelos a Katmandú eran escasos pues pocos pilotos se atrevían a volar en aquellas condiciones, pasamos una tarde viendo como otras expediciones, que parecían surgir de la nada, se colaban delante de nuestras narices en los escasos vuelos que partían, teníamos la impresión de que aquí solo viajaba el que sobornaba, pues veíamos circular las propinas con alegría casi a pie de las escalerillas de las avionetas, nuestro guía español prefirió dejarnos un día más en Lukla antes de atender a los supuestos sobornos, no es ético nos decía. Por supuesto que su ética no contemplaba devolvernos la diferencia de precio, entre un día en tiendas de campaña en Lukla, y otro en un hotel de cuatro o cinco estrellas en Kathmandú.
En aquel día de relleno, que apareció de improvisto en nuestras agendas, se organizó una excursión con más pinta de matar el tiempo que de realizar algo concreto, nuestro improvisado plan consistía en atravesar un bosque de rododendros, en el que había algún que otro puente en precario que consiguió que varios de nuestros compañeros se dieran la vuelta, y subir a un pico cercano de más de 4.000 m sin ninguna gracia. Aunque el mal de altura había remitido hacía tiempo, me sentía desganado, me apunté por estirar las piernas y para que me diera un poco el aire, pensaba que al ser la ruta de ida y vuelta me volvería antes de romper a sudar.
Aún recuerdo a nuestro shirdar, regateando con su ayudante, un joven Rai, el precio por acompañarnos a tamaña aventura, la conversación no paró hasta que Chowang puso en sus manos un par de billetes más.
Empecé la marcha despacio, apático y bajo de moral, extrañamente las fuerzas empezaron a volver a mis piernas, de mi mente se fue yendo toda la energía negativa acumulada en los últimos días por el cansancio y la falta de oxígeno. La velocidad de mis piernas fue creciendo, de ir el último renegando en cualquier leve repecho, me vi el primero marcando el ritmo en plena cuesta junto con mi amigo Tapi, nuestro velocidad creció hasta el punto de que el joven Rai nos tuvo que mandar parar en varias ocasiones, le hacíamos caso pues entre otras cosas desconocíamos el camino a seguir. Pero una vez vista la cumbre, y la ruta que daba a ella, desatendimos las voces de nuestro joven guía, Tapi y yo nos íbamos jaleando de tal manera que llegamos corriendo a lo alto de aquella “pequeña colina”, sin que nadie nos pudiera dar alcance. Llegué tan pletórico a la cima que no oí, o no quise oír, la leve bronca que el joven Rai nos debió echar en la cumbre. De vuelta a Lukla, sumido aún en un bendito mar de nubes, vimos como nuestro joven guía contaba a Chowang los pormenores de la excursión, en los que se debía encontrar nuestro desacato. Chowang no nos reprochó nada, en su cara solo había una amplia y noble sonrisa, tras la sonrisa salieron unas amables frases invitándonos a cenar. Aquella fue una noche mágica, de las mejores en mi vida montañera, nos dieron de comer todo tipo de sencillos y típicos manjares del lugar, me daba igual si picaban o no, pues el chang y la cerveza estaban para mitigar aquel picor, aquella cena terminó por borrar de mi cabeza el desánimo, tras los postres, Chowang y el resto de los sherpas, cantaron canciones en nuestro honor, nosotros respondimos modestamente con las nuestras, por suerte llevábamos un “cantautor” en nuestro grupo, la alegría se veía en todas nuestras caras, los sueños de mi niñez volvieron a mí a través de aquellos cánticos.
No pude remediarlo, el año siguiente, gracias a una de mis “fotos perfectas” que costeó en gran parte el viaje, volví a Nepal, Chowang y el resto de los sherpas me había embrujado.
Con unas sensibles e inteligibles canciones, cantadas bajo la escasa luz de unas lámparas de aceite, habían conseguido que volviera a sentir el amor por la montaña, desde entonces ese amor lo llevo muy dentro, ya no discuto con él, ni él hace amagos de irse, pues volvió para quedarse.
Gracias por todo Chowang.
 Junto a Chowang

Nota: Actualmente Chowang vive en Katmandú, y según me cuentan, hace dos meses ha tenido su primera nieta, se llama Dolma.

P.D. Las fotos no son muy buenas, no son “perfectas”, pero bien valen para un recuerdo. Por cierto, vienen de diapos, aparte de que me las han sacado desenfocadas están todas al revés (lo de la derecha está a la izquierda), ?!.

08 abril 2013

Musgogénesis, La Pedriza


A principios de la última semana de marzo decían que no había habido un mes tan lluvioso desde el año 1.947, a final de mes ya nos cuentan que, desde que hay registros, no se conoce un mes de marzo con tanta agua. La paciencia se agota, y los que practicamos deportes bajo el cielo empezamos a coger ciertas “manías” más propias de la vida sedentaria que de la vida al aire libre. A unos les da por dedicarse a visitar los bares, lugares donde fluyen las batallitas casi a la misma velocidad con la que se vacían las jarras de cervezas, a otros les da por comer torrijas u otro tipo de manjares propios del lugar y de las fechas en las que estamos, a otros les da por quedarse en casa leyendo o escribiendo, y a otros simplemente les da por ponerse huraños y depresivos, mientras contemplan el cielo gris pensando en las actividades perdidas. En mi caso elegí una mezcla de todas estas “manias”, las dos primeras opciones me ha hecho coger más kilos de la cuenta, y llegar a pensar que la línea recta en mi zona abdominal ya es una cosa del pasado, de las dos siguientes,… alguna batallita he escrito de tiempos pasados y que, como siga lloviendo, pienso subir a este blog, y de las dos últimas opciones mejor no hablar.
Espolón Jaffar (foto 2007)

* * *
Sábado 30 de marzo, desde el Tranco subimos con la mosca detrás de la oreja a las placas de Musgogénesis, pues las nubes sobre Cantocochinos a ratos desprendían agua y a ratos hielo. El aire se encargaba de llevarlos encima de nuestra cabezas, aun así entre el sol, el arco iris, la lluvia y el granizo, pudimos hacer una buena partida de vías esa mañana. La mayoría de ellas no las había hecho y hubo un par de vías que llegaron incluso a sorprenderme, como por ejemplo Alexandría, 6b, o el espolón del emigrante, Ae/V+.
Empezamos, tras varias vías fáciles, con ciertos alejes, y viendo que el espolón Jaffar esta ocupado, nos acercamos al paño izquierdo donde hay cuatro vía, las tres de la izquierda están ocupadas por una sola cordada pues tienen la entrada común, decidimos ir a la vía Alexandría que es algo más dura, Miguel ni se inmuta y pasa por ella como si estuviera en el pasillo de su casa, la vía tiene una entrada dura que le da el grado y tras esta hay una placa fácil.
Aunque no acero a mí me cuesta lo mío la entrada, como he dicho, tanta inactividad al final pasa factura. Nuestros vecinos de la izquierda nos dejan un hueco y podemos hacer una más en este paño.
Tras esta volvemos al espolón Jaffar, me trae buenos recuerdos, en este espolón aún está la pareja que nos “quitó” la vía por segundos, al final nos piden que le bajemos las cintas pues no pueden con ella.
Tras está volvemos al paño superior, por aquí hacemos Nocturno breve, un 6c en el que tengo que acerar.
De esta vía tiene Miguel un vídeo, de no hace mucho, escalándola en solitario.
Tras esta vía entramos en el Espolón del Emigrante, la vía es muy bonita y no muy difícil, tras los primeros pasos de Ao, donde no viene mal un pedal, subes a lo alto del hoy venteado espolón, enseguida te das cuenta que la cercanía de los primeros seguros era una ilusión, ahora la distancia entre seguros es respetable y más cuando el viento te cimbrea levemente, circunstancia que te puede hacer perder la concentración y más cuando en la parte alta ves aflorar el musgo, afortunadamente hoy voy bien de cabeza y disfruto la vía.
Tras estas Miguel se mete en un 7a, Fernandización, que yo prefiero no hacer pues veo que voy a guarrear (acerar) mucho.
Rematamos en casa Julian con un par de pinchos de tortilla y algo de beber :)

Nota: No hay fotos de este día pues olvidé la cámara en casa.

Cómo llegar y croquis:
En las guías de escalada deportiva en la Pedriza, de Luis Santamaría, y “la biblia”, de I. Lujan y D. Zapata.
Aparte de en este blog, en estas mismas guías viene el “cómo se llega”.
En algunas vías hay disparidad de grados entre ambas guías, he cogido la graduación que, a nuestro criterio, creíamos más acertada.

Actividad realizada:
894. Espolón Adolfinauer, IV, M1
895. Chipirón, V, M1
896. Alexandría, 6b, M1
897. Little Bull (litel), V, M1
898. Espolón Jaffar, 6b+, M0
899. Nocturno Breve, 6c/Ao, M0
900. Ratones trepadores, IV,
901. Espolón del Emigrante, Ae/V+, M1+
902. La Patrona del voleibol, V+, M1